Tejedoras bajo el cielo es un lugar para compartir el amor por la tejeduría y los tapices, para intercambiar información, noticias y opiniones relacionadas con el arte de tejer, para urdir en esta otra red una red de tejedores y renovar el interés por esta forma de expresión artística. Las autoras que colaboran en este sitio adoptan los nombres de tejedoras míticas de distintas culturas y tradiciones.

En el Taller

domingo 19 de septiembre de 2010


En el Taller

Empieza el curso.

Ha empezado un nuevo curso y el Taller de Tapices ha abierto sus puertas. Aracné ha despejado el espacio y entre ella e Itxel han ordenado los materiales. Necesitamos otro sistema de almacenaje porque cada vez que buscamos hilos para un nuevo tapiz hay que subir y bajar un montón de cajas. Para Aracné, que está ágil como un gato, no supone gran esfuerzo, pero las demás no estamos tan en forma. Los tiempos no están, sin embargo, para muchas inversiones…tendremos que ahorrar.



En los telares han dormido todo el veranola flor de Itxel “Estambres” y “El hombre sin corazón” de Aracné, otra cara dramática de Guayasamín con la que la tejedora madre da por cerrado un capítulo de su vida. Los dos han sido cortados y los telares, vacíos, están ya preparados para ser urdidos de nuevo.

Cloto trae en su bambino una “vidriera” empezada y yo retomo mi “Iris” que apenas había empezado antes de las vacaciones. Penélope se ha reincorporado después de un muy largo paréntesis pero viene dispuesta a recuperar el tiempo perdido: ¡Se atreve a hacer un gran tapiz para regalárselo a su hija! Será el primero después de terminar el muestrario de aprendizaje ¡Valiente! Y tenemos una nueva alumna que aun no ha elegido su nombre de tejedora pero apunta maneras y creo que pronto quedará atrapada como las demás por la red de la araña tejedora. En el taller se vive el ambiente vibrante de los nuevos proyectos: se urden los telares, se hacen bocetos, se buscan los materiales, se habla, se pregunta…Poco a poco, cuando todas estemos sentadas ante nuestra obra, el taller irá adquiriendo su habitual calma, su sereno estar. Entonces llegarán esos queridos momentos que hacían decir al poeta: ¡Que quietas están las cosas…y que bien se está con ellas! Quiyi



                                                              HISTORIA DE UN TAPIZ
                                                                             Quiyi

Elegí uno de los bosques mediterráneos de Dérain, L’Estaque, sin saber que era un clásico del taller, del que Aracné había hecho ya varias versiones.


Estaba ilusionada y a la vez inquieta: iba a ser el tapiz más grande que hacía, el más libre, el de cartón menos definido.

Salvo los troncos, la extensión de las copas y la distribución de los colores sobre el plano, nada estaba dibujado. Hubo que simplificar el original y quitar árboles del bosque. También quise ampliar el azul del mar y del cielo. El resto iría apareciendo solo, dejaría hablar al tapiz y que, como dice Aracné, el tapiz mandara porque, como los personajes en las novelas, los tapices se apoderan de la obra y hacen requiebros que el autor termina respetando aunque intente resistirse.

Escogimos una paleta de lanas de distintos grosores para provocar texturas diferentes. Dos tipos de azul para el cielo y el mar, marrones, negros y atrevidos naranjas para los troncos, negros y azules marino para las copas, verdes, morados, naranjas y amarillos para el campo.


Empecé a tejer con ganas y preparada para un trabajo de larga duración, por el tamaño, y porque en ese momento mi trabajo solo me permitía ir un día por semana al taller. Entonces no tenía ni idea de cuan largo sería el camino por el bosque ni de lo que hallaría en su espesura. Comencé en sentido horizontal para facilitar la realización de los troncos aunque eso me obligaba a tratar desde el principio todos los planos y casi todas las gamas de color. Ya en el comienzo llevaba 10 canillas en danza, pero me gustó desde el primer día y avanzaba contenta de la tierra hacia el cielo, del cielo a la tierra, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda trepando por la urdimbre.


 
El tronco no presentó gran dificultad, y me divertía mucho hacer interpenetraciones naranjas en el marrón, pero el trabajo de las copas era un reto para mí. La gruesa lana negra requería coger varios cables, había que dar sensación de espesura y a la vez dejar traslucir el azul del cielo. Aracné me aconsejaba como hacerlo, cada vez con más pasión…le estaban entrando tantas ganas de meterse en mi bosque que no tuvo más remedio que hacer otro.

Disfrutaba con las texturas del campo y los matorrales, metiendo diferentes tonos de verde y pinceladas de naranja a modo de pequeñas amapolas, iluminando con rojos y amarillos, cogiendo de vez en cuando varios cables para dar relieve, tomando y abandonando hebras de lana que dejaba caer por detrás del tapiz para retomar más tarde.

El ambiente en el taller era alegre, Itchel estaba tejiendo su Paul Klee, Cloto sentaba a su negrita a meditar y Aracné buscaba “miajitas” -restos de fibras- para empezar otra versión del Dérain. A media tarde hacíamos un descanso y disfrutábamos de una variedad de té que yo había encontrado en mi última visita a París, el “Té de los amantes”, aromatizado a la canela, la vainilla y el jengibre.

A finales de año estaba empezando las ramas naranjas del segundo árbol, el camino inferior en tonos malva y espesaba los macizos de amapolas.

A estas alturas el tapiz y yo manteníamos un diálogo fluido. Yo creía saber lo que él me decía aunque muchas veces me faltaba la técnica para dejar que se expresara. Entonces recurría a pequeñas “trampas” que Aracné descubría y me hacía deshacer. Pero había días que mis manos tejían automáticamente obedeciendo las órdenes del tapiz sin cuestionarlas y avanzando como una posesa por la urdimbre sin poder detenerme ni a tomar el té. Estaba deseando llegar al segundo tronco.
Acababa febrero cuando empecé el segundo tronco. Para ser más fiel a Dérain lo dividí en trozos horizontales de colores pero, siguiendo la sugerencia de Aracné, me atreví a meter una cuña verde pistacho en su base para dar movimiento. Otra vez el cielo y el mar se adivinaban al fondo, entre las copas.

Estaba deseando llegar aquí pero me creaba quebraderos de cabeza. No me sentía tan segura como en medio del campo, entre mis amapolas, que se me iban de las manos casi sin pensar. Itchel me regaló la palabra "nemoroso" con la que calificó a mi bosque y así decidí que se llamaría este tapiz.

Mientras tanto, Cloto tejía un futuro en el horizonte para su negrita y Aracné lograba convertir las miajitas en un bosque de cuento. El día 24 fue un día de partos: las dos cortaron la urdimbre de sus respectivos tapices. Y este acontecimiento, en el taller, siempre se celebra porque si preparar la urdimbre es importante, ya que de ello depende la calidad del trabajo, cortarla cuando la obra está acabada es un ritual simbólico repleto de significados.

En algunas culturas se utiliza el mismo vocablo para la acción de cortar los hilos de la urdimbre que para la de cortar el cordón umbilical: parir, tejer, crear ¿es lo mismo? Como el parto, este es un momento cumbre cargado de ambivalencias: el lugar “natural” de la obra es el telar y surge la tentación de dejarlo ahí para siempre, pero el tapiz clama por liberarse de su matriz y hay que cortar los hilos que lo han creado. Nosotras lo vivimos con intensidad, brindamos en cada parto con un vino dulce y hacemos fotos.

...y llegó marzo, y acabé el tronco, y tras él me esperaba un lobo escondidoi que se asomó de repente y me dió un susto de muerte. El día que llegué al taller después de hacerme una mamografía, mientras las chicas hablaban y reían yo me andaba por las ramas haciendo y deshaciendo porque en realidad ya no estaba en el bosque.

Una semana más tarde lo peor había sucedido. Volví al taller con un diagnóstico de cáncer, una fecha para la intervención quirúrgica y la certeza de que el tratamiento de quimioterapia sería inevitable. Mi vida acababa de sufrir un vuelco pero yo, en ese momento, solo quería seguir tejiendo como si nada hubiera cambiado. Tejer es una actividad creativa, pero también mecánica y requiere una concentración que interfiere con otros pensamientos, así que no era extraño que yo tratara de despistar así la atención de otros focos tan dolorosos. En el taller apenas hablábamos pero todas compartíamos el miedo y tratábamos de conjurarlo a golpe de canilla.
Itchel, de puntillas sobre el más alto de sus tejados, alcanzaba la luna rozándola con sus dedos, Aracné y Cloto preparaban ya el material para sus nuevos tapices y yo me volví a adentrar en ese bosque estremecido por el aullido del lobo, subiéndome por las ramas que no terminaban de ofrecérseme, mientras Ravel y Rachmaninov sonaban acordes con nuestro estado de ánimo. 
Volví al taller un martes, el primero que quería ser normal después de casi dos meses en los que habían pasado muchas cosas. Me habían operado, había recibido el primer trallazo y, entre lo uno y lo otro, había estado diez días viajando por Grecia, un proyecto que ya estaba ultimado cuando el lobo enseñó sus fauces, y al que no quise renunciar.

Fui a hacer una visita a las chicas y a saludar a mi bosque –saludar al tapiz es uno de nuestros rituales como tejedoras y consiste en mirarlo atentamente y escuchar lo que quiere decir antes de retomar el trabajo– Lo encontré acogedor y cálido, pero no recordaba que planes tenía para continuarlo, cómo había decidido seguir adelante, ¿Por qué hice una rama morada? ¿Qué tonos quería dar a los otros troncos? ¿Cómo pensaba resolver los naranjas del prado?

El bosque aun no me hablaba y lo dejé estar. Tomamos te con galletas, nos fumamos las piruletas que una amiga me había traído de Holanda y pasamos una tarde alegre aunque Aracné estaba atascada con su pez, a Itxel no terminaba de gustarle como estaba quedando la faja de su nuevo tapiz y a Cloto le dolía la espalda y no encontraba la postura ¡menudo equipo!

Antes de irme y como aun tenía dificultades para mover el brazo, Aracné me ayudó a urdir el bambino y a escoger la paleta para un baobab que pretendía hacer en casa en mis largos ratos de no hacer nada –el Bambino es un telar pequeño, portátil, en el que trabajamos para apagar la fiebre del síndrome de abstinencia que padecemos cuando no podemos ir al taller-

Pero desde ese día recuperé el tiempo perdido. Tejer era un bálsamo que me aplicaba entre sesión y sesión de tratamiento, en cuanto volvían a mí la motivación, la energía y los deseos, porque quería acabar el tapiz antes de que los rigurosos calores del verano me obligaran a huir de nuestra tórrida tierra hacia el norte.

Con música de Eleni Karaindrou y Enantia Reboutsika, tesoros descubiertos en mi viaje por el Peloponeso, Aracné y yo tejíamos en el taller, la mayor parte del tiempo solas porque Itxel y Cloto andaban muy ocupadas en otros menesteres. Aracné entre escamas y geometrías, entre ojo de gran pez y colas de pezqueñines del complicadísimo tapiz que la llevaba de cabeza, y yo sumergida en el bosque tejiendo prados y flores, subiendo troncos de colores imposibles, ensamblando copas con un entusiasmo y fervor tan contagioso que Aracné tenía que contenerse para no meter mano cuando me sacaba de una duda . A primeros de julio llegaba al final del camino, a falta de la faja, dejaba preparadas algunas canillas, y después de ordenar la paleta y hacer fotos lo dejaba todo dispuesto para después del verano. Cuando en septiembre terminé la faja y por fin cortamos la urdimbre yo había terminado lo más duro del tratamiento.

Tiene este tapiz una vida propia y un sentido que se hará inolvidable en mi vida. Ha sido el que más tiempo ha estado en el telar, la copia más creativa, el más grande hasta ese momento, el que me dio el susto, el que terminé con miedo, ansiedad, distraída, apresurada, el que me ha servido de alegría, de tristeza, de distracción. Ha sido un trabajo más emocional que manual y recién terminado no sabía si me gustaba o lo rechazaba, si me hacía sentir satisfecha y orgullosa y deseaba exhibirlo o al recordarme tan malos momentos preferiría esconderlo enrollado en un armario. Hoy se que nunca me desprenderé de él porque está tejido con los mejores hilos de mi vida.


Quiyi