A Propósito de un cuadro
En una sala de la Alte Nationalgalerie de Berlin se encuentra
colgado este cuadro de Max Lieberman (1847-1935), un pintor impresionista
alemán cuyo conocimiento tardío me ha provocado una honda emoción. El “Depósito
de Lino en Laren”, también conocido como “Las hilanderas de Laren” (1887) es
una de las obras realistas que este pintor dedicó a los trabajadores y
campesinos, a los asilados y huérfanos, con la esperanza de que ayudaran a impulsar
cambios sociales y que le valieron los calificativos de “discípulo de los feo”
o “pintor de la inmundicia”.
Nada más lejos de la realidad. La belleza de este cuadro que
representa a mujeres holandesas de pie, hilando lino en un almacén, es de
embeleso. Alineadas frente a las ruecas con la fibra entre las manos intentan
mantener la tensión del hilo, cuidando de no romperlo, con un gesto que
transmite a la perfección la concentración en la tarea. Ante las ruecas bajo
las ventanas, una fila de niños encorvados, algunos tan pequeños que no les
llegan los pies al suelo, enrollan el lino en las bobinas y accionan las ruedas con la misma atención
que las mujeres jóvenes dedicadas a otras actividades auxiliares. La escena, a
pesar de la luz, no transmite alegría. Al contrario todos los personajes
parecen entregados resignadamente a su destino.
Cuando Lieberman pintó este cuadro ya existía la hiladora de
usos múltiples o spinning Jenny (1764) que permitía a un solo hombre controlar
varias bobinas, y la hiladora continua o
water-frame de Richard Arkwright (1769) que hacía fibras más resistentes y que
era impulsada por la corriente de agua o por una máquina de vapor en vez de
manualmente. Incluso se había inventado ya
“la mula” (Cropton, 1779) una mezcla de las dos anteriores que además
torcía el hilo. Pero en el almacén de Laren, en Holanda se seguía trabajando
como antes de la época preindustrial, lo que incluía la utilización de niños.
“La bobina era para nosotros los niños una terrible tortura. Cuando
nos sentábamos hora tras hora en el taburete junto a la rueda, en un trabajo
horriblemente monótono y agotador, sólo bobinas, bobinas, bobinas. El dolor
de espalda, el brazo derecho que tenía que girar la rueda, amenazado con
debilitarse, los dedos de la mano izquierda ensangrentados y desgarrados por
las aristas de los hilos que tenían que ser pasados a la bobina para su
distribución uniforme.
" (L. Zietz zit.n. M. puntos: los niños de la clase trabajadora en el Weinheim, 1981 )Y en el frío en los días duros de invierno, los terribles agarrotamiento de manos y los pies, ya que el inmenso taller solo era calentado por una pequeña estufa de hierro que a menudo era insuficiente porque se carecía de la madera y el carbón”
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